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Comentaba en twitter que viajar, conversar e intimidad son tres palabras que amo y cuyo sentido me parece en ocasiones el mismo.

Diría que son formas similares de plantearse una aventura. Porque en mi particular, una aventura no tiene por qué ser algo que entrañe un peligro intrínseco. Para mí una aventura es, sencillamente, atreverse a asomarse a lo desconocido poniendo en cuestión, por el mero hecho de dar el paso, todo cuanto sabes y todo lo que eres. Cuando la idea planea en tu convencimiento personal, frente a esta posible aventura, quieres más.

Y entonces es una suerte que el azar nos traiga a menudo, personas que tienen este sentido: normalmente caras con miradas rectas, sonrisas francas, todo su cuerpo se dirige a tí, se interesan y, lo mejor, confían: te regalan su confianza! Es brutal.

Tu huésped se convierte en tu gran cómplice, porque al final el viaje lo realizamos entre los dos. Se hace digno si quien te disfruta te entiende cuando le seduciste, cuando te eligió como destino. Y si quien seduce, respeta e imagina al que disfruta. Y empiezas a sentir esa aversión a la pérdida. Aversión mútua.

Al final en esa aventura (simple¿?), el tiempo siempre se detiene ante el recuerdo, la evocación. ¿Cuánto dura un día, un fin de semana, en un hotel? Catorce, cuarenta horas según los relojes. Quizás una gran parte de tu vida en nuestro imaginario. Lo conseguimos: no existe el tiempo.

Viajar, conversar e intimidad. Tres formas iguales de intentar detener el tiempo.

 

(Publicado en Comunidad Hosteltur el 14 de marzo de 2010)
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